Trafalgar

El espectáculo que ofrecía el interior del ¨Santísima Trinidad¨ era el de un infierno. Las maniobras habían sido abandonadas, porque el barco no se movía ni podía moverse. Todo el empeño consistía en servir piezas con la mayor presteza posible, correspondiendo así al estrago que hacías los proyectiles enemigos. La metralla inglesa rasgaba el velamen, como si grandes e invisibles uñas lo hicieran trizas. […] De minuto en minuto caían al suelo o a la mar multitud de hombres llenos de vida; las blasfemias de los combatientes se mezclaban a los lamentos de los heridos, de tal modo que no era posible distinguir si insultaban a Dios los que morían, o le llamaban con angustia los que luchaban.